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Su hijo murió el año pasado y aprendió a combatir el dolor escribiéndole todos los días


Link [2022-06-02 21:18:24]



Ayer, como todos los días desde el 1 de junio de 2021, fecha en que su hijito cerró los ojos por última vez, Natali Alaniz, su mamá, volvió a escribirle como lo hizo todos los días desde entonces. Es la forma de sentirse cerca, de desahogarse y de enviarle un mensaje de amor. Escribirle como si le hablara a él, descubrió, la ayuda a mitigar el dolor.

Alan Sebastianelli tenía 4 años y la vida lo golpeó con un neuroblastoma metastásico, un cáncer que se forma en las células nerviosas.

Fue atendido en el Hospital Notti y a pesar de todos los esfuerzos, Alan no pudo sortear la batalla y partió en su casa de Maipú, en brazos de su madre.

“Le escribo siempre y le hablo. Cuando lo sueño siento que me responde”, confiesa Natali, en diálogo con Los Andes, y remata: “Cada día duele más, aunque voy convenciéndome con el tiempo de que era lo mejor para él”.

“Hay días que lo acepto, que entiendo perfectamente lo sucedido, y hay otros que no, que siento una gran impotencia porque fue un hijo tan deseado y buscado… Lo esperamos nueve años y solo pudimos disfrutarlo cuatro”, evoca.

Continúa: “Lo que más me duele es que haya sufrido tanto y por eso no me enojo con Dios, porque definitivamente creo que Dios lo salvó al llevárselo”. Desde el primer día en que Natali tuvo que levantarse y seguir respirando pese al dolor, escribirle a Alan fue una manera de salir adelante.

“Le digo todo lo que siento para que entienda que mamá llora porque lo extraña, pero a la vez le explico que voy a salir adelante como se lo prometí”, confiesa.

“Buen día ´pollito’, qué difícil es no tenerte. Qué deseos de abrazarte. Espero que algún día podamos encontrarnos de nuevo, te amo hasta el cielito azul…”, reza uno de los tantos escritos que día a día deja plasmados en las redes.

La madre dice que así ha aprendido a mitigar el dolor por la pérdida de su hijo Alan.

Pura simpatía y amor, Alan sobrellevó el tratamiento con gran dignidad. Tanto Natali como Franco, el papá, le hablaron con dulzura y paciencia: “Por cada lágrima derramada tendrás momentos felices y muchas sonrisas”, lo consolaban cada vez que lo veían agobiado

frente a largas horas de internación, agujas y medicación agresiva. Y le repetían que todo iba a estar bien, que esos tiempos pasarían.

Una descompostura repentina alertó a los papás. De allí en adelante comenzaron a notar que su hijo lloraba de dolor todo el día.

Molesto, incómodo, dolorido, Alan empezó a peregrinar de médico en médico hasta que finalmente le dieron el diagnóstico en el hospital Humberto Notti.

Natalia soportó lo inimaginable. Incluso que le dijeran que su hijo estaba sano, que eran ellos -los padres- quienes lo estresaban. Que era un niño mañoso.

Pero no era maña. Alan tenía un tumor de 13 centímetros en la espalda que le comprimía el estómago y los riñones. Por eso dejó de comer y también se le dificultó caminar: la masa le oprimía un nervio que iba a la pierna derecha. Comenzó así una verdadera pesadilla.

También lidiaron con la obra social. Porque mientras les informaban que no había expectativas de vida para el niño, la mutual no autorizaba en tiempo y forma el tratamiento.

Finalmente, se pudo realizar un autotrasplante en el Hospital Austral de Buenos Aires con autorizaciones a cuentagotas y la ayuda de muchísima gente.

Ayer se cumplió un año de la ausencia física de Alan y Natali le escribió como todos los días. Le prometió que estará cada día un poco mejor y le agradeció, como siempre lo hizo, el haberle dado cuatro años de felicidad.



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