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Culposos: ceder al deseo del otro antes de priorizar el propio


Link [2022-02-04 19:33:42]



Cuando nacemos, venimos “de fábrica” con una serie de emociones básicas, que son sanas y adaptativas. Aunque no todas son lindas a la hora de sentirlas o expresarlas, todas cumplen una función vital en el ser humano, estas son miedo, alegría, rabia o enojo, tristeza y amor o afecto.

Siempre que estas emociones estén expresadas con una correcta dirección, duración e intensidad son emociones que favorecen la salud mental y que llevan a una mejor calidad de vida. Muchas veces por mandatos familiares o sociales, alguna de ellas no es permitida o validada en el niño, por lo que este va desarrollando otras emociones secundarias, desadaptativas, que quitan esa calidad de vida.

Entre estas emociones negativas se encuentra la culpa, una de las emociones más invalidantes que existe, ya que limita la posibilidad de disfrute y de provecho personal.

La culpa no es una emoción natural, es una emoción que se aprende. Generalmente desde la infancia se va desarrollando basada en el estilo de crianza recibido, en como se pusieron los límites y reglas dentro de la familia, como se los hacía cumplir, etc.

¿Bueno o malo?

Todas las personas tienen necesidad de sentirse aprobados, en los primeros vínculos con sus padres, al hacer algo considerado como bueno, los padres recompensan con felicitaciones y premios y se recibe su aceptación, cuando se hace algo que es considerado malo aparece la desaprobación, y como un niño desea ardientemente la aceptación de sus padres se va a esforzar por conseguirla. Como consecuencia, muchas veces, esa persona queda condicionada a buscar la aprobación de otros, diciendo o cuando lo que los otros esperan de ella, y sintiéndose culpable si no lo consigue. Esto hace que en general quienes vivieron este proceso sientan culpa al priorizarse, porque aprendieron a aponer en primer lugar el deseo del otro para recibir su aprobación.

En algunos contextos familiares muchas veces aparece la extrema ley de “primero la comida después el postre”, familias dónde se anteponía el deber al placer, cosa que no está mal si tiene su flexibilidad, pero si este mandato es muy rígido la persona al crecer siente culpa por disfrutar, por encontrar espacios de ocio, por permitirse espacios de placer.

Ceder ante el sentimiento de culpa es un problema, porque la culpa siempre miente, es una de las emociones más tóxicas que existe. Muchas veces puede convertirse en una forma que el otro usa para manipular, para sacar provecho, ya que cuando sentimos culpa generalmente cedemos al deseo del otro antes que priorizar el propio.

En cuanto a cómo nos hablamos a nosotros mismos, antes que usar la palabra culpa es más adaptativa la palabra responsabilidad, porque la culpa es una palabra jurídica, la dictamina un juez que va a imponer un castigo, por lo tanto cuando usamos esa palabra nos erigimos como jueces de nosotros mismos y nos autocastigamos, generalmente con cosas que generan más culpa y se convierten en un círculo vicioso de difícil retorno.

La palabra responsabilidad nos da la oportunidad de saber que somos responsables, que podemos restaurar cuando es posible y aceptar cuando no lo es. Cambiar la palabra culpa por responsabilidad, hace a uno dueño de sus acciones y de restituir o solucionar lo que sea necesario.

Sobre el autor: Flavio Calvo es doctor en psicología, docente, tallerista y autor - @calvoflavio



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