Muristek
Por momentos yo encendía el aparato y me asomaba a la sesión de la Cámara de Diputados. Desde luego que no fue por interés político, dado que el debate ya me lo imaginaba y que el resultado ya lo adivinaba. No sé si me impulsó el ocio dominical, el morbo subliminal o el instinto irracional. Sin embargo, nunca pude soportar más de unos pocos minutos.
Me hubiera gustado conocer las razones esenciales de cada una de las posiciones encontradas. Aprender de nuestros legisladores algo sobre un tema que no ha sido cercano a mis especialidades. Aunque los hubo en ambos bandos, pero fueron muy pocos los que asumieron la tribuna con seriedad y con autoridad. Aquí expreso mi respeto y mi reconocimiento para ellos.
Ya durante esta semana, el episodio me sirvió para platicar con mis sufridos alumnos universitarios quienes, por vez primera, se están acercando a la materia constitucional. Pude comentarles algo sobre la democracia que les merece una explicación. En los días recientes pudimos ver que en la Suprema Corte de Justicia y en la Cámara de Diputados fueron derrotadas las mayorías. Era la ocasión oportuna para explicarles, “en vivo”, las reglas de la calificación mayoritaria, del veto, del voto de calidad, del voto conjunto y de otras salvaguardas de la democracia avanzada.
También pude explicarles para lo que sirve la democracia y para lo que no sirve. Con mi cruda franqueza, les sinceré que la mayor parte de la vida nacional y personal nada tiene que ver con la democracia. Por ejemplo, que todos nuestros votos juntos de nada nos sirven para aumentar la inversión económica ni para erradicar las enfermedades ni para derrotar a los criminales. Que con credenciales de elector no se come, que con boletas electivas no nos curamos y que con campañas electorales no estamos más protegidos.
Por último, respetuosamente les auguré que un día ellos serán los diputados que representen a los mexicanos y que protejan a México. Les compartí mi deseo de que ellos no fueran como los que se vieron en la sesión del Domingo de Pascua. Que razonaran, no que gritaran. Que fueran admirados, no despreciados. Que el antenombre de “Honorable” que se le brinda al Congreso de la Unión no se lo regala la Constitución en ningún artículo, sino que se lo tiene ganar a diario con su propia majestad.
Hace años, esto mismo me lo platicó mi maestro de derecho constitucional. Creo que a los presidentes y gobernantes en mucho les serviría antes haber sido diputados. Las palabras de Antonio Martínez Báez siempre me valieron como abogado y como político, sobre todo como diputado. Yo fui mucho más afortunado que mis alumnos, porque yo tuve un mejor maestro que ellos.
Los políticos ya empezaron a enojarse los unos con los otros. ¡Cuidado con los berrinches! La convivencia se estropea con el enojo, que vuelve incierto y peligroso nuestro futuro. La confrontación política es natural en un régimen democrático depurado y civilizado. Pero impone la condición de que vaya acompañada de resultados de gobierno o de partido, no en medio de la pura esterilidad.
El que se enoja pierde. ¡Cuidado con las muinas! Son cinco las cosas que más enojan a los políticos. Que los asuntos no les salgan como quieren. Que los demás no los entiendan. Que no los obedezcan. Que no los complazcan. Y que no los quieran. Uno de estos ingredientes los molesta. Dos o tres, les enoja. Cuatro o cinco, les enfurece.
Por eso, los tiempos actuales no son fáciles ni felices. ¡Cuidado con los encabritamientos! La política mexicana convive a diario con los cinco ingredientes. No todo sale bien, no todos entienden, no todos obedecen, no todos complacen y no todos quieren a los demás. Van a gobernar enojados o se van a oponer enfurecidos. No es un buen presagio. Así las cosas, se van a odiar, se van a matar y se van a destruir.
Ojalá siempre puedan recordar que, en la política, las palabras son más costosas que los hechos.
Columnista: José Elías Romero ApisImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0