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CARLOS BARRÓN
Rubén Flores es el papá de moda en el futbol nacional. Tiene a tres talentos en potencia: dos hijas y un varón, todos en selecciones.
De joven siente que tuvo magia, “pasé un par de años buenos con el Atlante, pero me faltó la orientación de esa figura futbolística que me ayudara a conseguir mis logros y eso me hizo aprender a no cometer los mismos errores con mis tres maravillosos hijos”.
Previo al día del padre, ha sido una semana de sentimientos enrevesados para Rubén Flores. Su hijo Marcelo, con la Selección Mexicana falló un penal ante Surinam, “en casa hablamos siempre de futbol, le dijimos que aprender duele, pero no es sólo este episodio, mis hijos siempre han estado juntos en cualquier competencia apoyándose como hermanos porque lo más importante son los valores y la unión familiar”.
Y también vivió muy de cerca la contratación de su hija Silvana con las Rayadas del Monterrey luego de una vasta trayectoria en el futbol inglés, sacando partido de sus destrezas. Su otra niña, Tatiana, las más chica, de 17 años, juega para el Chelsea. Rubén Flores a estas alturas se clasifica como un futbolista frustrado, “no en la vida, sino como atleta, porque siento que me faltó conseguir las grandes metas que me había propuesto en Primera División”.
Pero recuerda con cariño a Tomás Fumanchu Reynoso, aquel centrocampista del Necaxa que jugó contra Pelé; a Víctor Manuel Vucetich con quien se reencontró en Monterrey a proposito del fichaje de su hija Silvana, y a Manuel Manzo que lo formó.
“Y claro, mi padre como figura principal, aunque no en la cancha. Él era entrenador del equipo en el que jugaba con mis hermanos en el club Asturiano, pero mi relación no fue tan futbolística sino más bien familiar, por eso tengo los valores y la moral que me ayudan ahora a orientar a mis hijos”.
Por eso camufla el dogma de ser un buen padre y un mejor formador en el futbol, al que cataloga como el deporte más maravilloso que le dio la oportunidad no sólo de encontrar el amor con su esposa Susan Dorrell, sino de formar una familia con la que ha luchado.
Sabe que cada apuesta lleva un riesgo al ver a sus tres hijos con el empeño de jugar.
Me enfoco mucho en ellos, antes que ser futbolistas son mi familia y mis mejores momentos son verlos ser ellos mismos. No quiero que les pasé lo que a mí, por el contrario, que sientan el apoyo y se diviertan cada vez que están en la cancha, creo que ese es el secreto”.
El escenario entonces de su vida es especial. Rubén Flores salió por la puerta de emergencia del futbol y cayó a trabajar en una línea de hoteles en Cancún y Cozumel.
Las vueltas de la vida lo llevaron a las Islas Turcos y Caicos para formar las ligas de futbol y conocer a su esposa.
Vino después la mudanza a Canadá en donde terminó jugando semiprofesionalmente, al mismo tiempo de convertirse en padre.
La alegría de ser papá por primera vez gracias a una niña es indescriptible, sobre todo porque estábamos en Canadá y sabía de las oportunidades para que ella jugara al futbol.
Desde chiquita la lleve al campo de juego y eso me hizo volver a mis raíces”. 17 meses posteriores, llegó Marcelo y dos años después de él, Tatiana. “Queríamos que crecieran juntos, que no se diferenciaran con tanto tiempo y por eso planeamos nuestra familia así. El futbol gira en torno a nosotros, pero jamás los presioné”.
De hecho, les da dos consejos cada que juegan, “que trabajen fuerte, eso les dará frutos en la cancha, que disfruten el futbol como algo maravilloso, y si al final tienen hambre, me los llevo a comer porque son mis hijos”.
cva
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