Cito de memoria: Con tierra a la vista, Cristóbal Colón envió una avanzada de sus tripulantes hasta que uno de ellos, Rodrigo de Jerez, agitado y asustado, le informó: “¡Almirante! ¡He descubierto a los hombres chimenea!” Así inició, más o menos, la historia del tabaco, una de las tantas determinantes del llamado encuentro de dos civilizaciones, según la tesis de Guillermo Cabrera Infante en Puro humo, publicado en 2000 pero originalmente escrito en inglés como Holy smoke, en 1985.
Más adelante, la tabacalera se convirtió en un negocio clave de la economía novohispana. A principios del siglo XIX, dos industrias de la ciudad de Querétaro llamaron la atención del barón Humboldt: los talleres textiles y la Real Fábrica de Tabaco, según consta en El tabaco virreinal. Monopolio de una costumbre (Universidad Autónoma de Querétaro, 2002), de la investigadora Carmen Imelda González Gómez, quien observa el conflicto sobre los perjuicios que el tabaco produce, situación que “desplaza núcleos de la discusión hacia cuestiones de salud individual y pública; sin embargo, es un hecho que el tabaco, por lo menos durante los últimos 400 años, ha ocupado un lugar privilegiado dentro de las costumbres o hábitos de un enorme grupo de la población del planeta”.
Ciertamente, hasta hace no muchas décadas, la ciencia ignoraba que el tabaco puede causar graves enfermedades o la muerte. En los viejos diarios disponibles en las hemerotecas hay anuncios de médicos, o actores que interpretan médicos, que recomiendan tal o cual marca de cigarros.
En el plano personal todos tenemos algo que contar sobre el tabaco. Amigos de la secundaria encendían sendos cigarros a la salida, pues querían demostrar, supongo, que hacían cosas de “grandes”. En la preparatoria y la facultad no había problema si alumnos y maestros compartían el placer de fumar en clase, cosa que, supongo también, cambió radicalmente con el paso de los años; misma situación en los centros de trabajo, en los cuales dominaba una gran nube de humo.
Con las restricciones de fumar en bares y restaurantes no se dio la puntilla a esos establecimientos, como se llegó a plantear, pero ciertamente la convivencia cambió. Acaso parroquianos y eventuales se adaptaron a esa “nueva realidad”. Un solo reparo tuvieron los opositores a esa medida, fumadores de trago largo y noche joven, a saber: a diferencia de los restaurantes o cafés, las cantinas, los centros nocturnos y similares podrían ser excepción para echar humo, al tratarse de sitios restringidos para menores de edad.
En el contexto de salud pública, la Gaceta Oficial de la CDMX publicó el 30 de mayo que en el Zócalo y sus alrededores quedó prohibido fumar (“Aviso por el que se determinan como ‘Espacios Libres de Humo y otras Emisiones que interfieran con el Derecho de Personas No Fumadoras’ los señalados, ubicados dentro del perímetro del Centro Histórico de la Ciudad de México”).
La medida se antoja tan radical como grotesca. No tendrá éxito y será letra muerta. Curioso que la autoridad castigue a los fumadores, pero poco o nada haga por inhibir el cobro por derecho de piso o suspender los bares clandestinos o fuera de norma, locales en los que de manera frecuente se fuma sin necesidad siquiera de hacerlo en las zonas adaptadas para ello.
Por lo demás, destaca que esta prohibición provenga de un gobierno de izquierda (lo que ello signifique hoy en día) cuyos integrantes se llenan la boca cada vez que afirman que la de ellos ha sido una lucha larga por las libertades (así, en plural) iniciada desde chavos (pues muy pronto les llegó la praxis), cuando precisamente en sus días y años gritaron por las calles: “¡Prohibido prohibir!”.
Y no, no es que la autoridad lo trate a usted como a un niño. Sucede que algunas posturas son de franco infantilismo.
Columnista: Fernando IslasImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 02024-09-20 12:57:33