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Menos Candy Crush y más reflexión


Link [2022-06-12 13:16:02]



 

Recientemente leí un artículo de Juan Meseguer titulado Sed de profundidad. Escrito en uno de los momentos más agudos de la pandemia, señala un deseo en las personas de desconectarse de las pantallas, hacer introspección y conversar sobre temas significativos. El autor acuña finalmente una frase que adelantaba lo que, parecía, estábamos por atestiguar: “Menos Candy Crush y más reflexión; menos troleo y más conversaciones filosóficas”.

Suena bien. Dado el agotamiento digital pandémico y el confinamiento, muchos añorábamos ese mayor contacto humano. Sin embargo, ahora que nos encontramos nuevamente en tiempos de más presencialidad, no parecería que aquel vaticinio de Meseguer haya terminado de madurar.

Bastaría un experimento sencillo. ¿Cuántas personas utilizan el tiempo durante un vuelo comercial para interactuar con música, videojuegos, películas? ¿A cuántos se les ve leyendo o reflexionando?

Parte de la explicación lo evidencian recientes estudios que explican el “efecto dopamina”: el cerebro encuentra un mayor estímulo de corto plazo frente a la pantalla, con la consecuente recompensa somática, que en el ejercicio de leer o reflexionar. Al mismo tiempo, el anhelo por bajar la velocidad, contactar con la naturaleza, encontrar espacios fértiles de introspección y sostener conversaciones fecundas no desaparece, pero nos cuesta más trabajo encontrarle un tiempo y un espacio, por la sencilla razón de que es más arduo.

En la educación –es el tema central de estas líneas– se vive ordinariamente la tensión referida en distintos terrenos. Así, por ejemplo, me parece que existe una tendencia general que favorece más lo soft que lo hard. Como advertían recientemente Jacob Guinot Reinders y Ricardo Chiva, los conocimientos se sustituyen por competencias; la inteligencia intelectiva por la emocional; las ciencias y humanidades por el utilitarismo; lo subjetivo sobre lo objetivo; las emociones sobre la racionalidad.

En esa misma línea, las macrotendencias actuales influyen de modo importante en los modelos educativos, particularmente los universitarios. La solución aparente es adaptarse a lo que quiere el mercado, gusta al alumno y enamora al prospecto. Sin embargo, habría que buscar la armonía: es tan importante ser atractivos para los alumnos como ser capaces de otorgarles una formación que verdaderamente les convenga en el largo plazo. No sólo captarlos por el “efecto dopamina”, sino darles las herramientas que realmente necesitan.

¿Es factible y conveniente lograr mayor reflexión y menos Candy Crush? A nivel educativo me parece que sí, y la clave es encontrar los correctos equilibrios en cada momento y edad, así como asignar tiempos adecuados a actividades complementarias como lo son el estudio riguroso, las actividades lúdicas y la interacción tecnológica.

Naturalmente no todas las tendencias actuales son soft y lo que pide el mercado no es siempre amigo de la dopamina; tampoco todo lo antiguo es formativo ni la reflexión es conveniente en cada minuto de nuestras vidas. En ese mar de grises y ante la dificultad de conciliar tensiones, algunas ideas sintéticas pueden orientar el camino de las soluciones.

No ignorar las tendencias de mercado, pero tampoco claudicar de nuestra labor genuinamente universitaria. No exigir de modo irracional o con trabas inútiles, pero al mismo tiempo ser capaces de formar en la resiliencia y la tenacidad. Utilizar la tecnología para facilitar el aprendizaje y simultáneamente incentivar a los alumnos a pensar por sí mismos. Fomentar la interacción con dispositivos, al tiempo que somos capaces de generar contactos enriquecedores uno a uno.

Encontrar información con agilidad y también formar en la capacidad de elaborar una argumentación ordenada y lógica. Simplificar métodos de enseñanza sin menoscabo de la capacidad de leer un texto a profundidad. Favorecer las habilidades blandas sin desatender las duras.

Si verdaderamente queremos transformar de modo armónico el mundo actual, las universidades no debemos abandonar los esfuerzos arduos que tienen escasa recompensa en el corto plazo, pero que en el largo plazo otorgarán mayor solidez al desarrollo equilibrado de nuestros estudiantes y, por tanto, producirán un efecto social más positivo. Quizá el próximo premio Nobel de la Educación lo podría ganar quien encuentre esa conciliación.

 

Columnista: Santiago García ÁlvarezImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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