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Los placeres cotidianos


Link [2022-05-25 13:29:57]



 

ENTRE ELLA, LA PAZ Y EL INSOMNIO

Algunos bichos estamos dotados de un gen desvelado, somos generalmente hijos de la noche. Más allá de los golpes de insomnio que, a veces, me atacan y me llevan al desasosiego. Como en esas noches que despierto a las tres de la mañana, sin razón aparente, y mi cabeza me juega la mala pasada de pintar de negro mis sueños y hacerme perder los partidos antes de jugarlos.

Momentos donde mi cobardía me niega un somnífero, por el miedo a volverme dependiente del químico, y apechugo como vampiro entre la almohada y la cobija; son malas noches y, algunas, las hay. Pero también, por suerte, la mayoría son plácidas y ricas en experiencias o en descanso reparador.

Los noctámbulos, entre sus penumbras y sus neones encontramos dulces acomodos para las más variopintas escenas, desde la sana introspección en solitario, ese buceo en el alma que cura, aunque no siempre premia y que suele ser cruel a fuerza de autocrítica y honestidades, hasta la fiesta y las copas, esas cenas ruidosas plagadas de bromas y la fértil convivencia entre queridos. Y qué decir de los pasionales encuentros, bañados de amor, de sexo y de mimos. O las filosóficas charlas en busca de explicaciones trascendentales. La simpleza de un juego de naipes, la hedonista contemplación de la luna, aún a riesgo de tentaciones de licántropo o, la inspiración poética que producen las estrellas.

Las noches tienen diferentes espacios, en la melancolía de la playa o el bucólico murmullo de los grillos en el pueblito de mi padre. En la cama con un libro, la carretera con música, la buena serie o la película polémica.

Soy un ser afortunado porque tengo muchas noches felices, en algunas logro dormir relajado y me repongo. De un tiempo a esta parte he conocido las noches perfectas y se requiere poca capacidad de deducción para saber que el común denominador es tenerla a mi lado. Cuando la Unagi se mete en mi cama, se me llena de luces el corazón, se atropellan las risas, porque nos reímos muchísimo, se nos hacen infinitos los temas y  la conversación puede ser profunda o trivial, poco importa, porque la felicidad inunda la casa y se respira el maravilloso perfume de la paz interior.

Todo es sedoso cuando estamos juntos, se aceleran las horas y el tiempo pierde la rigidez de los acotados minutos y vuela, y a partir de esa feliz coyuntura, hoy vivo aprendiendo a poner en su ausencia un sutil sucedáneo… su recuerdo. Pensarla me nutre, me dejo flotar y me escapo a cien mil fantasías y en ellas casi la toco, en la febril ilusión de mi mente la siento a mi lado, la imagino conmigo y por momentos le hablo. Presiento que ella, sólo un poco ajena a mi estado, me siente y recibe la vibración poderosa de mi pensamiento, y en esa quimera, después de sufrirla me sereno.

Me conformo. Duermo.

Suelo bromear con aquello de ser un privilegiado, porque tengo novia de entrada por salida y asistente de planta. Y es que, al menos de momento, esa alternancia mantiene viva la emoción de desear, de anhelar su presencia. Hoy que no está, al colgar despidiéndonos con las buenas noches, desde el silencio de mi mente le he dicho otra vez, te quiero y eso cala y penetra, rompe los aires y deshace las distancias porque sé que, en otra cama, en otras latitudes ella es consciente de mí sentimiento y de alguna manera me sabe pensándola, me intuye diciendo las palabras exactas, y de sus labios también en silencio brotan muy suaves los mismos amores.

Por eso la noche es tan poderosa, por eso suceden bajo su negro manto las cosas más hermosas, por eso los sueños se cocinan de noche, por eso los pactos sagrados necesitan la luz de las velas, y ahora, esta noche, en este instante preciso, me hago consciente de que la necesito.

 

Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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