Cuando lo que necesitaba México era avanzar hacia niveles superiores a los que administraciones anteriores habían llegado, el proceso electoral democrático llevó a la Presidencia a un líder local de izquierda con escaso equipaje académico, pero armado de ideas progresistas que fue asentando a lo largo de su actividad de tenaz opositor. Con pretensión autosuficiente, al subir la escala política, despreció asesorarse de quienes podían aportar con conocimientos y experiencias la realización de sus intenciones de mejorar al país con cambios de manera ordenada y efectiva.
La ineptitud para realizar sus ideas en la práctica pronto se reveló en el ejercicio de la Presidencia. Entrado a su cuarto año, se ha ido cargando de promesas incumplidas hasta el grado de ser ya penosas las respuestas evasivas que da a las preguntas que, incluso, en las mañaneras le lanzan su tanda de reporteros leales.
En lugar de realizar con orden y conocimientos los cambios que México requiere, AMLO no ha hecho, sino destrozar los aparatos estatales que la democracia le encomendó. Mal orientada su visión, creyendo que los problemas se resolverían con una mezcla de programas de alivio a las capas más necesitadas del país y un costoso trío de obra pública. Las realidades lo han alcanzado y se manifiestan hasta en las calles.
Al ir alcanzándose el final de este controvertido sexenio, está claro lo lejos de entregar a la ciudadanía frutos de sus sacrificios o de vencer la corrupción, desigualdad y atraso general.
Una demanda por cambios profundos para remediar desigualdades e injusticias que el sistema liberal clásico ha engendrado sigue en pie y es universal. El sistema vigente, al menos los dos últimos siglos produjo el aumento exponencial en la producción, pero al hacerlo favorece la acumulación de riqueza en pocas manos. El sistema de libre mercado ideado en el siglo XVIII nunca fue diseñado para distribuir equitativamente las ganancias entre los que intervienen en la producción. El modelo cumplió su cometido de anclar un inmenso aparato industrial y financiero del extendido por todo el planeta, dejando como anticuado el clásico socialismo comunista.
Hoy en día, la globalización se ha sacudido por inestabilidades sociales, por lo que se esperan cambios. AMLO los prometió, pero no supo cumplirlos. El cambio que México requiere se cebó y la acción de la Cuarta Transformación respondió a la simple concepción del mundo de un líder rural de izquierda que lo moldeó conforme a un primitivo revanchismo socialista, en lugar de complementar y orientar su ímpetu reformador con conocimientos que pudieran haber hecho realidad sus ideas de cambo.
En su lugar, el régimen deterioró y desangró programas e instituciones que encontró funcionando. Los programas sociales no bastan. La presión de los niveles sociales empobrecidos se ha aliviado con las remesas que en solidaridad de los compatriotas, no con AMLO, entran al rescate de las quebradas finanzas gubernamentales con remesas crecientes.
Concentrando el poder en la cabeza del gobierno, se especula la posibilidad de perpetuar que el modelo sea directamente en quien AMLO designase.
La violencia enquistada aumenta en toda la República y el Presidente opone la enseñanza evangelista que se interpreta como una invitación a más violencia.
Mientras el pueblo espera soluciones, los políticos se enredan en acusaciones inútiles. Se repite la necesidad de un cambio aunque sin saber ni quién ni qué partido lo encabezaría. Hay grupos cívicos que, como hace 20 años, conquistamos elecciones organizadas por instituciones ciudadanas. Se afirma que el siguiente presidente de México ha de solucionar los problemas que se han acumulado y que además un nuevo sistema de gobierno hará valer la vigencia de la democracia y respeto al Estado de derecho.
Sesudos análisis sobre la teoría de la democracia mientras mafias de narcóticos y demás criminales se apoderan de docenas de municipios y estatales del país.
De continuar el actual estado de cosas, se abocará a un funesto regreso a las formas más primitivas y cavernarias de gobierno. Lo que en un sistema parlamentario detonaría un voto de desconfianza que arrojara a AMLO del poder, aquí, en la blandura de las tolerancias, no hay, sino la miscelánea de inconformes sin poder ponerse de acuerdo. Pero en lugar de actuar, hablamos. Es el caso de las ranas de Esopo.
La discusión puede ser ingenua. La democracia no asegura ni progreso ni felicidad. La palabra “democracia” ondea en todos los países socialistas; alegan que está cabalmente atendida de la vida interna de sus partidos únicos.
En la coyuntura actual no hay que perder tiempo en consideraciones sobre cómo habrá de comportarse el futuro gobierno democrático. Es urgente que el gobierno, junto con la sociedad civil, se dedique a curar la falta de salubridad, reponerse de su nivel habitual de ocupación o de su nivel propio, proveer un nivel educativo adecuado y garantizar seguridad.
AMLO tiene aún la oportunidad para recortar algunos proyectos y financiar con lo que pueda, las infraestructuras iniciadas y dar apoyo a las pymes. El cambio más importante que lo pondría en la historia, se le escapó.
Todo esto exige la unidad nacional a la que AMLO consistentemente se opone preocupado sólo en tratar de consolidar y prolongar su proyecto.
Columnista: Julio FaeslerImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 02024-09-21 14:00:11