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Hablar sobre corrupción no es acabar con ella


Link [2022-05-25 10:25:51]



En su conferencia de ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador entró en una larga disquisición sobre la corrupción, a la que llamó “el principal problema de México”. En una declaración que levantó más de un par de cejas, agregó que, si no fuera por el factor corrupción, “el modelo económico neoliberal no sería del todo malo”. 

 De ahí pasó a reclamar para sí mismo el título de precursor “en poner este tema en la mesa del debate”. En palabras del tabasqueño, nadie antes que él había hecho la crítica de la corrupción. “Si ustedes hacen un análisis de los discursos de 50 años a la fecha no van a encontrar la palabra corrupción, como si no existiera, y en los medios de información lo mismo”, abundó. “En el Congreso, los diputados y los senadores no hablaban de corrupción, y era el principal problema de México”. 

 Pero basta una pequeña desempolvada de la memoria para recordar que el discurso anticorrupción forma parte del paisaje político mexicano del último medio siglo. Y, si somos más acuciosos, podemos remontarnos a la época de la Colonia y encontrar allí referencias a la necesidad de extirpar ese mal. 

No, el problema no es que no se haya hablado antes de corrupción sino que, hasta ahora –y eso incluye lo que va del actual sexenio–, la lucha contra ese mal no haya sido más que una gran farsa. 

 Félix Barra García y Eugenio Méndez Docurro, secretarios de Estado en el gobierno del presidente Luis Echeverría, fueron a prisión por malversación de fondos públicos. El encierro del primero duró año y medio, y el del segundo, apenas tres semanas. Ésa fue la manera del presidente José López Portillo de enfrentar la deshonestidad en el servicio público. 

Para su quinto año de gobierno, había caído en el cinismo. Al combatir la corrupción –dijo, en su Informe de 1981–, “asumimos el riesgo del escándalo, del chantaje de los que desde la crítica y la oposición arriman su sardina a las brasas”. 

El gobierno de Miguel de la Madrid emprendió, con el mismo motivo, una campaña denominada Renovación Moral. 

López Obrador debiera acordarse de ello, pues a principios de ese sexenio trabajó en el Instituto Mexicano del Consumidor. 

Entre los políticos que fueron a la cárcel por efecto de la Renovación Moral estuvo Jorge Díaz Serrano, exdirector de Pemex. Pero ese ejercicio también resultó de poca monta. 

Y así podemos hacer una larga lista de funcionarios –incluso varios gobernadores– que estuvieron poco tiempo tras las rejas, luego de ser detenidos de manera espectacular y procesados en medio de promesas de que ¡ahora sí! se acabaría la corrupción. 

El problema es que, hasta ahora, como dice mi compañero de páginas José Elías Romero Apis, los sancionados por corrupción han caído no tanto por lo que han hecho, sino por a quién se lo han hecho. Es el caso de Méndez Docurro, quien fue capturado en plena ceremonia oficial por el natalicio de Benito Juárez, en 1978, no tanto por la orden de aprehensión que le dictó un juez, sino por haber agraviado a un compañero de gabinete que acabó siendo Presidente de la República. 

 Y, salvo que se demuestre lo contrario, es el caso de Rosario Robles, contra quien el Ejecutivo parece tener un agravio personal. 

 No cabe duda que López Obrador llegó a la Presidencia impulsado por el hartazgo que había generado la corrupción entre los ciudadanos y por la promesa de desenraizarla que hizo él como candidato. El problema es que hoy, cuando ha transcurrido casi 60% del sexenio, poco o nada se puede presumir como resultado de ese propósito. Igual que ha sucedido en el último medio siglo, la lucha contra la corrupción sigue siendo, sobre todo, un pretexto para arremeter contra los rivales políticos. 

Y como se demostró con Delfina Gómez –quien, como alcaldesa de Texcoco, mandó rasurar los salarios de los trabajadores para entregar el dinero a Morena–, la ley no se aplica a los compañeros. Quizá para no dejar que los actuales opositores arrimen su sardina al fuego, diría López Portillo. 

 Salvo que veamos un viraje en los 28 meses que le quedan al periodo presidencial, la expectativa de terminar con la corrupción acabará siendo más de lo mismo. 

Columnista: Pascal Beltrán del RíoImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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