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Formas de volar


Link [2022-06-19 14:56:25]



Por Guillermo Fajardo

Acaso el aforismo sea la mejor forma literaria para viajar en avión. No lo digo porque calmen mi ansiedad por las alturas ni mi terror por los coletazos que da el aparato. Lo menciono por un instinto de supervivencia mucho más mundano: aquel del lector que, por razones personales, viaja entre México y EU al menos un par de veces al año. Tengo que confesar que mi admiración por los libros de muchas páginas me ha costado mucho: desde regateos con personal de la aerolínea por esos gramos de más, hasta dejar esa nueva almohada que podría usar en mi departamento de estudiante. 

Algunos libros son de por sí imposibles, viaje o no viaje uno: recuerdo con temor las Memorias de ultratumba, de François-René de Chateaubriand; 2,666, de Roberto Bolaño; el Diccionario crítico de la literatura mexicana, de Christopher Domínguez Michael; Antagonía, de Luis Goytisolo; La broma infinita, de David Foster Wallace, o Guerra y Paz, de León Tolstói. Muchas veces me llegué a preguntar si valía la pena cargar con ellos cuando viajaba a México, pues era obvio que, si iba a visitar a mi familia y a mis amigos, no iba a tener tiempo para dichos mastodontes. Me he dado cuenta de que esos libros me inspiran un morbo sacramental por las horas que aquellos escritores pasaron a su vera. Tengo un respeto diferente por los que se atrevieron a lo monumental. Les otorgo una jefatura moral y un deber ético por la escritura que me parece casi un insulto no cargar con ellos. 

Para los que tiempos que corren, pensaría uno, los libros de muchas páginas resultan un estorbo, objetos que deberían consignarse a las librerías de viejo, ese eufemismo para no llamarlos piezas de museo. En Twitter, el aforismo —o sus intentos— parece campear a sus anchas, como si toda frase ingeniosa cargase, automáticamente, con un mínimo de sabiduría. La constante fricción entre la levedad, la filosofía y el ingenio vuelven todavía más complicada la labor de aquel que se atreve al aforismo, verdadero objeto de conocimiento. Acaso por ello el aforismo aparece como uno de los géneros más complicados, pues no parece contar con técnicas específicas de desarrollo —como el cuento o la novela— sino con un instinto innato y profundo en torno a la vida y a la manera de abordarla. Dada su extensión mínima, el reto parecería aceptable, dado que el aforismo, además, coquetea con el silencio. La sabiduría contenida ahí resulta tan obvia, que aquel que la lee no tiene de otra más que avergonzarse de no haberlo pensado antes. El aforismo, entonces, es lo más cercano a un truco de magia: si sabes cómo se hizo, ya no es magia. Y para no hablar sin evidencias, dejo a continuación unos aforismos para que el lector pueda sentir el impacto y, a la vez, la breve caricia del aforismo: 

1. “Sólo los individuos superficiales tienen convicciones profundas”, escribió Fernando Pessoa, ese fantasma que se aparece en todos lados, como para recordarnos que cualquier ortodoxia necesita de legionarios que sostengan su autoridad a cualquier costo. Casi todo sistema de creencias requiere de tontos que lo sostengan. En el momento en que un texto sagrado, un régimen político o un sistema de pensamiento comienza a ser cuestionado, ya no es infalible y puede evolucionar. 

 Desaparecen los militantes para darle paso a los ciudadanos. 

2. “De un laberinto se sale, de una línea recta, no”, escribió Miguel Ángel Arcas, aforismo que encuentra su representación en el cuento de Los dos reyes y los dos laberintos, de Jorge Luis Borges, donde un rey árabe pierde a un rey babilonio en un desierto, como venganza después de que el babilonio intentara perder al árabe en un laberinto complicadísimo. Hay un sentido más profundo aquí: la definición exacta de las cosas se encuentra en un diccionario, pero sólo la multiplicidad y la ambigüedad de la experiencia puede transmitirnos su significado real. 

 3. “Es mejor escribir para ti y carecer de público, que escribir para el público y carecer de ti”, escribió el crítico inglés Cyril Connolly, un aforismo que necesita registrarse en todos aquellos que aspiran a tomarse en serio la literatura, no porque el escritor talentoso, serio o disciplinado requiera pasar por un necesario régimen de olvido u abandono, sino porque evitará una crisis de conciencia que, inevitablemente, aparecerá más adelante en la vida. 

 El aforismo, pues, revela tacto, filosofía y hasta civismo. Mientras las lecciones de la novela o el cuento pueden tardar en aparecer o digerirse, el aforismo te deja noqueado, atolondrado, en trance y, en algunos casos, te conmina a la acción.  Es por todo esto y más que soy lector de novelas. 

Columnista: Opinión del experto nacionalImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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