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El sueño imposible


Link [2022-05-30 14:43:54]



Siempre se nos dijo que la Revolución Mexicana había sido la primera revolución social del siglo XX. Esto para diferenciarla y darle primacía sobre la revolución bolchevique de 1917, que había sido una revolución socialista. De esta afirmación se podía concluir que “socialista” no necesariamente quería decir avanzada en lo “social”. Y un ejemplo claro en el que el movimiento revolucionario de 1910 fue vanguardista en lo “social” es la figura legal del divorcio. Y, sin embargo, el Presidente de la República repite desde 2019 que el divorcio es un indicador de la desintegración familiar auspiciada por el neoliberalismo. En la conferencia matutina del pasado 27 de mayo repitió los dichos del 30/01/2019. 

 Es decir, que “el neoliberalismo no sólo causó un daño en lo económico, en lo material, sino que destruyó familias”, causando un aumento desmedido en los divorcios. En días pasados pidió a los investigadores académicos comprobar si el crecimiento en los divorcios podía asociarse al neoliberalismo, lo que a todas luces es su convencimiento interno. 

 Pero antes de proseguir con las fantasías presidenciales veamos cómo evolucionó ese tema en nuestras leyes*. En 1857, como parte de las llamadas Leyes de Reforma, se decretó la Ley del Matrimonio Civil, como la única forma de matrimonio que reconocía el Estado. También se reconocía que los cónyuges podían vivir separados si la convivencia era insostenible, pero no se disolvía el vínculo matrimonial, por tanto, no se podía iniciar una nueva relación amorosa. Pero en 1914, el Varón (que no Barón) de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, proclamó una reforma a la fracción IX del artículo 23 de la ley del 14 de diciembre de 1874, elevándola a rango constitucional. Ésta decía así: 

“Fracción IX. El matrimonio podrá disolverse en cuanto al vínculo, ya sea por el mutuo y libre consentimiento de los cónyuges cuando el matrimonio tenga más de tres años de celebrado, o en cualquier tiempo por causas que hagan imposible o indebida la realización de los fines del matrimonio, o por faltas graves de alguno de los cónyuges, que hagan irreparable la desavenencia conyugal. Disuelto el matrimonio, los cónyuges pueden contraer una nueva unión legítima”. 

 Para dar una idea de lo avanzado que significa la inclusión de la frase “ya sea por el mutuo y libre consentimiento de los cónyuges” es importante saber que, aunque en varios países se reconocía el divorcio desde finales del siglo XVIII —sólo se admitía cuando había causas graves para la disolución del vínculo: como impotencia del hombre, infidelidad de la mujer (sic) u otras, con la excepción de Francia. En la Francia revolucionaria se legalizó el divorcio en 1792, luego se desconoció esta reforma en 1816 por presión de la Iglesia católica y se restableció en 1884, incluyendo el “mutuo consentimiento”. 

“¿Por qué te quieres divorciar? Porque no soy feliz”, no era una buena razón para la disolución del vínculo matrimonial en la mayoría de los países. Véase lo tardío de las fechas en las que finalmente se aceptó el divorcio voluntario. Por ejemplo, en Argentina se legalizó el divorcio en 1954; en China también en 1954: en Canadá en 1968; en Italia en 1970; en Estados Unidos se aprobó hasta 1964 el divorcio por “mutuo convencimiento”, hubiera o no causas graves; en Brasil en 1977; en Australia en 1977; en Irlanda en 1995; en Chile en 2004; en Portugal en 2008. Filipinas y el Vaticano son los únicos estados que no lo aprueban. 

 Al identificar el matrimonio con la “desintegración familiar”, el Presidente vuelve a exhibir su profundo conservadurismo y su sutil rechazo al principio de un Estado secular. 

 Su sueño imposible sería un Estado no tan separado de las iglesias y un Ejecutivo que rindiera más cuentas a la Divinidad que al Congreso y a la ciudadanía. 

 El que un matrimonio se disuelva no significa que haya desintegración de las familias. Por el contrario, permite iniciar nuevas familias o nuevas solterías, otra forma legítima de decidir llevar la vida. El Presidente lo ve como síntoma de desorden y degradación por su profundo desprecio al movimiento emancipador de las mujeres. Es verdad que la proporción de divorcios ha aumentado. En 2011 se divorciaban 16 de cada 100 uniones; en 2015, saltó a 20 de cada 100; en 2019, hubo un pico de 32 de cada 100 y en 2020 la tasa fue de 28/100. Pero la razón no es el individualismo neoliberal, sino la pérdida gradual del estigma que acompañaba como terrible baldón a la mujer divorciada y a sus hijos. Hoy se acepta con naturalidad la condición de hombres y mujeres divorciados y se espera y alienta que establezcan nuevas relaciones amorosas. Hay dolor, pero también reparación. Lo mejor es que el Presidente decida qué quiere ser: jefe de Estado o jefe de una iglesia. Las dos cosas no se pueden ni se deben. 

*Consulte el artículo de la doctora Leticia Bonifaz sobre los 100 años del divorcio en México. https://www.animalpolitico.com/intersexiones/100-anos-del-divorcio-en-me...

Columnista: Cecilia SotoImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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