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Eduardo Matos Moctezuma, entre la arqueología y la poesía


Link [2022-05-29 11:04:05]



JUAN CARLOS TALAVERA

 

CIUDAD DE MÉXICO. Dibujar toros fue una de las primeras aficiones de Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940). Entonces era un adolescente que no sospechaba que más tarde se convertiría en uno de los pilares de la arqueología mexicana, en un apasionado sobre el tema de la muerte y del más allá, y quien obtendría el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022.

Él era un aficionado a la tauromaquia, e, incluso, participó en un festival taurino en la preparatoria; pero, al cumplir 17 años, como todo joven, sintió dudas sobre la carrera que debía estudiar.

Unas veces se inclinaba por la arquitectura, para seguir el camino de su hermano, pero no le convencía.

Cierto día, uno de sus amigos le obsequió el libro Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram, que atrapó su atención, en particular el primer capítulo, dedicado a Egipto, y lo condujo al mundo de la arqueología. Muy contento entonces llegó a su casa y le contó a sus padres que al fin había escogido su carrera. Ellos imaginaron que elegiría medicina, arquitectura o ingeniería, pero al escuchar la respuesta entornaron los ojos. “Voy a estudiar arqueología”, les dijo.

Luego de una pausa espantosa, describe Matos, su mamá trató de disuadirlo.

Qué bueno que ya decidiste, pero ¿dices que los cursos sólo son en la tarde en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)? ¿No sería bueno que en las mañanas llevaras cursos en la Escuela Bancaria y Comercial?”.

Después de escuchar a su mamá y con la incertidumbre en la cabeza, el joven Matos volvió con su amigo y le contó lo que creía su mamá, que la arqueología no le serviría para sostenerse y que moriría de hambre. Pero la respuesta que obtuvo de su amigo fue contundente: “Bueno, fíjate que a lo mejor sí te mueres de hambre, pero te vas a morir muy contento porque hiciste lo que tú quisiste”.

En aquel momento supo que todo estaba entre la arqueología y la poesía, ya que sentía una fascinación por la soledad y la vida interior del poeta. Sin embargo, el joven Matos se mantuvo firme y el tiempo le dio la razón hasta convertirse en uno de los principales investigadores del México antiguo y en una de las voces más críticas frente a los problemas que enfrenta el sector cultural.

Inspirado en la obra de Manuel Gamio, Matos cree que un arqueólogo debe sentir una gran pasión por el trabajo y tomar la responsabilidad que implica interpretar la historia antigua a través de los monumentos rescatados a través de la excavación.

Sin embargo, siempre ha insistido en que esta ciencia no se encarga de buscar objetos bonitos, aunque a veces broten algunos entre los vestigios, sino que se encarga de estudiar sociedades y revisar desde una pequeña punta de obsidiana, creada hace 10 mil años, hasta grandes palacios y ciudades.

Matos concluyó sus estudios en la ENAH, también en Ciencias Antropológicas, con especialidad en Arqueología por la UNAM y, con apenas 19 años, ingresó al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como practicante de ciencias histórico-geográficas. Dos años después fue invitado por el arqueólogo Jorge Acosta a formar parte de su equipo de excavación en Teotihuacan, donde Ignacio Bernal organizó un proyecto de grandes dimensiones que trabajaría de 1962 y 1964.

Acosta lo dejó excavar en una zona del Quetzalpapálotl, donde descubrió la subestructura de El Palacio de los Caracoles Emplumados.

En ese momento, Matos habló con sus maestros y les expresó su inclinación por la no reconstrucción arqueológica, tal como era la tendencia del proyecto.

Luego vinieron otros proyectos en Comalcalco, Tepeapulco, Bonampak, Cholula,

Coacalco, Tlatelolco, Tula, durante el rescate del adoratorio de Tláloc, en la calle de Argentina, en la Ciudad de México, y la fundación del Proyecto Templo Mayor en 1978; así como director del Museo Nacional de Antropología (1986-1987) y del Museo del Templo Mayor (1987- 2000), y en 2001 fue nombrado profesor investigador emérito del INAH.

También participó en el Proyecto Especial Teotihuacan, de 1992 a 1994, donde excavó parte de la Pirámide del Sol, en especial la gran plataforma que la rodea, a partir de la cual planteó la

 posibilidad de que dicha pirámide representaba el altépetl (la montaña de agua), y cambió la perspectiva en torno a dicha estructura.

Matos ha escrito una bibliografía de referencia internacional, en la que destacan libros como Teotihuacan, Tlatelolco. La última ciudad, la primera resistencia, La piedra del Sol, Muerte a filo de obsidiana y Vida, pasión y muerte de Tenochtitlan, entre otros. Esto demuestra su fascinación por los grandes centros ceremoniales, ya que para él se trata de edificios que fungieron como centro del universo dentro de estas sociedades y donde es posible estudiar a las culturas desde un nivel ideológico, político y económico.

Recién expresó que le gustaría rescatar una de sus primeras publicaciones, una serie de textos bajo el título Parálisis facial prehispánica, de 1970, en la cual revisó dicha enfermedad a través de diversas figurillas prehispánicas.

Y hoy que ha ganado el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022 dedica su premio al INAH y a sus maestros José Luis Lorenzo, Román Piña Chan, Johanna Faulhaber, Calixta Guiter y a Manuel Gamio, quien no le dio clases, pero influyó en su visión de la arqueología.

 

 

cva

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