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De lo imperfecto (IX). Altivez


Link [2022-05-25 10:25:51]



 

Antes del quebrantamiento es la soberbia.

Y antes de la caída, la altivez del espíritu.

Proverbios 16:18

 

La RAE define altivez como orgullo o soberbia. A su vez, define el orgullo como arrogancia, vanidad y exceso de estimación propia, que suelen llevar a un sentimiento de superioridad. La misma fuente define soberbia —en relación con la altivez— como apetito desordenado de ser preferido a otros.

Los perfeccionistas desarrollan el orgullo y la soberbia como autodefensa, es decir, ambas actitudes les permiten proteger y justificar que no necesitan ningún cambio, ningún tipo de instrucción que les haga mejorar, ellos son así y se sienten fuertes al decir que no, que no van a cambiar, son las típicas personas que se honran de ser así... incapaces de corregir sus errores,

sin ninguna necesidad de reivindicación ni, mucho menos, de recuperarse a sí mismos. La altivez del espíritu es la suma de todas esas características que empoderan lo peor del perfeccionista, es el punto culminante de la necedad, de la insensatez.

La altivez del perfeccionista es lo que le lleva a su completa decadencia, a vivir del pasado, de los recuerdos, a someterse a las consecuencias de su aislamiento personal, a aborrecer más y más su entorno, a insistir en que el mundo le queda pequeño, a sentirse víctima y victimario de su destino e, incluso, a sentirse merecedor de ese espacio propio y personal impenetrable como una conquista de sí mismo. Porque eso hace la perfección en la decadencia, hacerle creer a uno que de nada ni de nadie necesita, a pensar de forma insistente y prematura que la inteligencia de los demás es precaria e insulsa. La altivez es lo que le queda al perfeccionista para soportar lo que se ha creído que es y lo que ha pretendido que los demás crean que es.

La altivez es el cadalso, el final del que consideró que nada ni nadie estaba a su altura. La altivez es eso, el grito desesperado de quien, por no ser quien es, muere solitario en su papel, en un discurso construido en su mente, en una vida a medias, así, en su estrechez de irrealidad, en su analfabetismo emocional y en la negación absoluta de sí mismo... Y allá quien decida vivirse así, asumiendo una irrealidad permanente, allá quien decida que la soledad es mucho mejor que la compañía y allá quien no sea capaz de reconocerse en su error y elija abandonarse al destino que su capricho y su necedad le imponga.

La vida es mucho más que eso, la vida merece ir a más, no a menos, y el perfeccionista insiste en hacer todo más pequeño, más limitado, más complejo, más restrictivo, más aburrido, más delirante... constreñir la vida a los mínimos por no tener la valentía de asumir su humanidad y, con ella, su imperfección.

La altivez es la caída obligada de la perfección. Es cuando el perfeccionista, o quien creyó ser, se da cuenta de todas sus pérdidas y ya no puede mirar atrás, porque sería indigno reconocer que lo ha perdido todo, incluso a sí mismo.

¿Y los demás?, nadie puede ni debe soportar que le miren por debajo del hombro, nadie tiene por qué aguantar que le desafíen, que le opriman, que le manipulen, que le mientan... nadie tiene que seguir al lado de quien insiste en insultar su inteligencia a cada instante... nadie tiene por qué asirse a los parámetros de perfección de cualquiera, y no, nadie tiene que creer qué es lo que los demás creen que es o qué debería ser ni vivir como otros crean que hay que vivir, ni ser ni existir ni funcionar ni vestirse ni reír ni pensar lo que algo o alguien considera que es lo correcto. Quien quiera vivir en el perfeccionismo o quien desee vivir oprimido por las voces de la mayoría o por las imposiciones del momento, que lo haga, quien desee vivir de apariencias, que siga, que lo haga, quien desee engañar y engañarse, adelante... ya que se arruina más a sí mismo que a los demás.

Insisto, la perfección es una falacia que muchas personas se compran por miedo a asumirse como son, por medio a ser vulnerables, por miedo a reconocerse imperfectos, por temor a no ser aceptados, reconocidos o seguidos. Insisto, hace falta ser muy valiente para ser auténtico y genuino, para diferenciarse del resto, para dar más cada día, para superarse y sentirse digno de uno mismo, uno sabe su valía cuando mide sus riesgos, cuando asume sus batallas personales y cuando sabe quién era y todo lo que le ha trabajado para llegar a ser lo que hoy es y mirarse y tener el placer de aplaudirse y brindar consigo mismo por la persona en la que se ha ido convirtiendo. Esto  no lo vive ni es capaz de sentirlo quien vive en función de un papel que ha creado de sí mismo y no de una vida que ha creado para sí mismo. Como siempre, usted elige.

¡Felices imperfecciones, felices vidas!

 

Columnista: Paola Domínguez BoullosaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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