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Como la vida misma


Link [2022-06-19 14:56:25]



¡QUÉ MAL CAEMOS LOS QUE ANDAMOS CONTENTOS! 

Siempre se ha dicho que a los verdaderos amigos se les reconoce en las dificultades y, puede ser cierto, pero es en el éxito y en el entusiasmo donde es mucho más difícil rodearse de gente buena, que te quiera y que comparta tu alegría. Dijo Nelson Mandela en su primer discurso como presidente de Sudáfrica: “Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que nos atemoriza. Nos preguntamos: ‘¿Quién soy yo para ser brillante, espléndido, talentoso, fabuloso?’ Pero, en realidad, ¿quién eres tú para no serlo?”. 

Pues eso está muy bien, pero si eres brillante, talentoso, entusiasta, si eres feliz y vives contento, tienes siempre la tentación de disimularlo un poquito, porque no estamos acostumbrados a entender esas demostraciones de felicidad y plenitud. Tan poco lo estamos que parece que nos molestan. Hay mucha mala leche en la manera como miramos a los felices, y no son ellos los que están equivocados, somos los otros, los que no sabemos cómo mirarlos. De tal grado que esa luz interior que todos tenemos se nos puede ir apagando tan sólo por incomprendida. 

 Supuestamente, una de las razones para vivir es intentar a toda costa ser felices y estar contentos y entusiasmados, de hecho no es necesario que todo marche bien en tu vida para lograrlo, el simple hecho de estar respirando es o, debería ser, motivo suficiente de celebración; visto así parecerían locos los que festejan el amanecer, el sol, la luna, una charla, un paseo, el privilegio de desayunar y la maravilla de reconocerse. 

 Lo que sucede es que nos resulta más natural y humana la compasión. Abrazar y consolar al que sufre, está mejor valorado que demostrar admiración, festejar y emular al que ríe. El mundo parece estar repleto de amargados, la mayoría sin razón, sólo porque entienden o confunden que en la amargura está la seriedad y el bien hacer, porque consideran que es más digno de respeto poner cara de patata y aparentar estar ocupado y preocupado. 

 A esto hay que sumarle la desconfianza que siente el exitoso de todo aquel que se le acerca, suele pensar en las causas de tal cercanía y remorderse las entretelas descubriendo si es sincero o no el aplauso o la felicitación que recibe. Me encanta Serrat cuando en una preciosa canción señala: “Bienaventurados los pobres, porque saben con certeza que no ha de quererles nadie por sus riqueza”, en ese mismo poema acierta también cuando dice: “Bienaventurados los que presumen de sus redaños, porque tendrán ocasiones para demostrarlo”. 

Vivimos tan pendientes de la opinión que causamos en los demás que modificamos nuestras más internas estructuras para agradar o, simplemente para encajar en un ambiente determinado, vamos poco a poco cediendo individualismo, personalidad y originalidad por ser aceptados en un grupo, y esto incluye presumir lo menos posible de nuestras alegrías. No hablaré de dinero, donde todo alarde es siempre vulgar, pero la risa, al alcance de ricos y pobres, jode y provoca más envidias que el propio capital. 

Es cierto que la vida tiene momentos complicados y que la alegría puede verse amenazada por infinidad de circunstancias. Sencillamente en nuestro país, escuchar o ver las noticias, leer un periódico, conectarse a internet y asomarse a la realidad son habitualmente razón suficiente para enfriar los entusiasmos y congelar más de una sonrisa, no obstante, incluso ante la tragedia, cabe la buena actitud y el modo alegre; poco resolvemos con la preocupación. Y, pensando un poco, y ya que hoy me dio por citar a varios de mis admirados, cierro este texto con una frase redonda de Anatole France: “Es posible que me hubiera aniquilado la tristeza, si no me reanimase la facilidad que tenía para descubrir la parte divertida de las cosas”. 

 Por eso, si estás contento, si eres feliz... ¡Qué se note! 

Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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