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Como la vida misma


Link [2022-06-01 11:55:48]



 

¡HAY VIDA ANTES DE LA MUERTE!

La libertad parece un sueño imposible, arraigada en la ilusión y en su romántica fachada, la anhelamos, la perseguimos con vehemencia y cuando parece que la hemos conseguido, reconocemos que viene aparejada de temores, que son un binomio inseparable, que quien quiere ser libre, está obligado a bailar algunas piezas con sus miedos.

Por más que me he preocupado por adentrarme en algunas filosofías orientales, hay un tema que me queda grande: el desapego. Ha de ser parte de mi ADN o, quizá una deformación cultural por mis raíces y mi vida en un entorno latino; el caso es que el desapego, visto como la emancipación absoluta del ser y la capacidad de disociarse del entorno para ser primero uno y, después uno antes que nada y que nadie, me resulta inalcanzable y, a fuerza de ser honesto ni siquiera sé si es del todo deseable para mí.

El desapego podría definirse como la determinación de ser libre. Es mantener la paz y la calma cuando no se puede cambiar o controlar algo. Ahí entra también la capacidad de fluir, y es que son conceptos muy cercanos los dos. Siempre, en vez de reaccionar con enojo o frustración ante una circunstancia adversa, quien domina el desapego se queda en calma y se conforma o lo intenta de nuevo. Así forja su paz, mostrando al mundo una fortaleza que asombra. Aunque pudiera parecer paradójico, según los expertos, el desapego ayuda a amar, claro que, sin aferrarse ni a algo ni a alguien, porque eso seria perder la libertad, causando y causándose sufrimiento. Afirman que esto no impide sentir devoción y admiración por una persona o por una idea.

La dependencia es contraria al desapego, ya que éste insiste en no convertir las relaciones en amarras que maten la libertad. Pero exige a su vez no pretender jamás controlar a nadie, prohíbe juzgar, y para ello se requiere de un autocontrol inconmensurable; que al menos yo, estoy muy lejos de tener.

En mi búsqueda constante sigo persiguiendo la libertad, pero soy poco dado a renunciar a la pasión, al amor incondicional, a la entrega total. En mi manera de entenderlo, esa entrega puede ser tanto a alguien como a algo; a una filosofía o a un plan de vida. Los que ponemos altas dosis de emoción en nuestros sueños, los que no podemos vivir en el sosiego y nuestra condición de adictos a la adrenalina nos hace disfrutar el riesgo, vivimos fiscalizando nuestros miedos y, convertimos nuestras vidas en un sube y baja emocional que, a veces duele, pero otras nos coloca en él apoteosis de la gloria. Creo que aquí mi pasión discursiva ya me llevó al pleonasmo.

Apuesto por una mixtura inteligente, entender el valor del desapego, adentrarse en el sentido y las técnicas de fluir y, al mismo tiempo, mantener para lo dulce un altísimo apego a la pasión, al disfrute, al amor y en general al sentimiento, sé que resulta contradictorio, pero nunca he dejado de ser un poquito complicado. Conozco personas maravillosas con un don especial para estas cosas, con una capacidad adquirida con estudio, meditación y reflexión, con una visión mucho más simple de la vida, porque dominan sus pasiones, se conocen a profundidad y saben controlarse; digo sin tapujos que les envidio ese dominio, aspiro a que quizá su cercanía me ayude a ir soltando mis tercas actitudes y pueda algún día encontrar mi propia filosofía, la que me funcione, una mezcla acomodaticia de lo que me agrada de ambos mundos, una fórmula mágica que me mantenga entusiasmado en el placer de ir encontrando la felicidad mientras camino.

No tengo ninguna certeza en si hay vida después de la muerte, de hecho, es una de las muchas preguntas que, a mi edad, ya comprendí que quedarán sin respuesta, pero como bien decía el gran pensador Eduard Punset: “Una cosa es segura... sí hay vida antes de la muerte”. ¡Hay que vivirla!

 

Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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