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Como la vida misma


Link [2022-04-24 12:34:52]



EL VIAJE HUICHOL (3/3)

“Desenlace”

Cada uno de los invitados disfrutábamos el momento, recostados en el suelo sobre pieles de borrego, apoyados en mullidos almohadones de algodón y suaves cobijas de lana que hacían del frío intenso un fresco leve. La dimensión del tiempo se esconde y el incansable avance de las horas, ahora lento, ahora raudo, se desdibuja y pierde toda su importancia, el reloj es el más torpe instrumento. Sobra el tiempo para hablar con uno mismo, está latente la intención de cuestionarte, de valorar en dónde estás y hacia dónde te encaminas, hacer balance de tu estado, poner en juicio sentimientos y reacciones, hacer con esa reflexión honesta y pura un propósito de enmienda o aceptar con humildad tus propios aciertos. Es este instante íntimo, el objetivo primordial del experimento es una catarsis, tan intensa como aprecies que te sirve. El regreso fue pacífico y cada cual tornó a ser cada uno, recorriendo cortos tramos hacia el bosque, meditando emocionados, descubriendo la simpleza de la vida y el placer de respirar, tomar aliento y ser consciente de ese hecho. Aire, pulmón, arteria, vida. Latido, corazón, tiempo perdido en el afán de no encontrarte, porque no miras más allá de tus humanas limitaciones y en un vértigo de explosiones verdaderas ser el timón y el capitán de tu navío, a fuerza de colores alterados, rojo pasión, azul añil, rosa encendida, cadenciosos movimientos de avances diminutos. Amiga hormiga, tierno ciempiés que cumple con el rito de informarte, de hacerte ver que comparte tus abismos, y tu espacio, y el oxígeno que combustiona tu movimiento es también la chispa de su vida alucinada. Amor a un tiempo. Es la conciencia elevada de la vida, que sin perder su consistencia baja suavemente a la normalidad.

 

En el mismo instante, concentrados en el gozo de la voz de Unte recitando la andadura espiritual de sus ancestros, desde su propio diluvio universal, la misma prueba purificadora de un dios tan amargo e irracional como el nuestro, hasta la santa trinidad de su peyote, su maíz y su venado. Sus seres de luz que iluminaron el pasado. Todo tan coincidente, tan cercano, se hizo sencilla la aceptación de su creencia abierta y sincera, en todo lo suyo y en gran parte de lo nuevo y, la certeza, la apertura con la que aceptó mi pensamiento. Sólo, me dijo, amigo Miguel, nos diferencia un hecho que es externo, yo creo en todo y tú en nada. Pero en el fondo, en lo profundo, todo es nada y nada es todo; la misma piel, blanca o morena, la misma aura, la misma duda, el mismo miedo, únicamente… con distintas vestiduras.

Invadidos de una felicidad tierna, fuimos llegando al final de nuestra experiencia, nada es posible sin un propósito y esta sanación tenía en su origen la más alta determinación, creyentes y profanos estábamos comulgando unidos con la intención de suplicar al universo, a sus dioses y energías poderosas la intervención para curar a uno de los nuestros. Hoy sé que no tuvimos éxito, no entraré a valorar y menos a recriminarnos por los resultados, cuando creo en la mística personal para enfrentar los infortunios, pero sigo convencido de que el intento, fue con rigor, un buen momento, sacro en el humano entendimiento.

La ceremonia termina con un ritual no menos fuerte que la consagración del Abuelo Fuego. Unte, a uno a uno le va cerrando su viaje particular y limpiándolo en agua bendecida y fuego intenso, esta limpia de succión de malas vibras, de apartar los seres sucios de nuestra energía vital, eclosiona en un sentimiento colectivo de alivio, de ilusión, de lucidez para enfrentar lo que viniera.

Esto lo he vivido hace unos años y aún me siento emocionado. No pretendo hacer proselitismo por una cultura o una religión, menos aún de una sustancia milagrosa ni de un rito o de una nueva era del conocimiento, cuando su esencia milenaria ha estado ahí desde hace siglos y apenas he logrado contactarla. Volveré a vivirlo, pero más por la experiencia placentera y por romper el paradigma de mi pragmático ideario, seguiré siendo el mismo ateo convencido, aunque quizá, deje un espacio en mi tozuda conciencia, para abrir el corazón, para abrir los chacras, balancear mis cargas energéticas y aceptar el pensamiento del prójimo por más lejano que se encuentre de mis matemáticos sentidos y mis firmes convicciones.

Al final, la vida es una y vale la pena vivirla intensamente.

Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0

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